Nicaragua se encuentra en una encrucijada crítica. Mientras el régimen de Daniel Ortega mantiene una retórica anti-estadounidense cada vez más agresiva, la realidad económica del país cuenta una historia muy diferente. Esta contradicción no solo es alarmante, sino potencialmente catastrófica para el futuro de la nación.
Ortega recientemente pidió que “Estados Unidos desaparezca como estado”. Sin embargo, esta declaración ignora un hecho fundamental: aproximadamente el 40% del PIB nicaragüense está directamente vinculado al comercio y las remesas con EE.UU. Nicaragua disfruta de un superávit comercial anual de $3,000 millones con Estados Unidos, y el 80% de las remesas que recibe el país provienen de allí.
Esta dependencia económica hace que las palabras de Ortega sean no solo irresponsables, sino peligrosas. Si Estados Unidos decidiera tomar medidas económicas contra Nicaragua, como sacarla del DR-CAFTA o suspender el envío de remesas, el impacto en la economía nicaragüense sería devastador.
La contradicción entre la retórica y la realidad económica revela una profunda desconexión en la política de Ortega. Mientras él habla de enfrentamiento, los nicaragüenses dependen de los lazos con EE.UU. para su supervivencia económica. Esta desconexión sugiere que las prioridades del régimen no están alineadas con el bienestar del pueblo nicaragüense.
El informe reciente del Departamento de Estado de EE.UU. sobre el clima de negocios en Nicaragua para 2024 pinta un cuadro sombrío. Describe un estado que opera más como una entidad mafiosa que como un gobierno legítimo, estrangulando la inversión y sometiendo a los inversionistas a su voluntad. Este ambiente hostil para los negocios solo empeorará la ya precaria situación económica del país.
La corrupción rampante bajo el régimen de Ortega ha llevado a Nicaragua a ser uno de los países más pobres de América Latina. Sorprendentemente, incluso Haití, considerado un estado fallido, tiene una economía más grande que la nicaragüense. Esta comparación es un testimonio doloroso del mal manejo económico y la corrupción sistémica bajo Ortega.
Mientras tanto, los nicaragüenses continúan huyendo del país en números sin precedentes. La emigración masiva es un síntoma claro de la desesperación y la falta de oportunidades que enfrentan los ciudadanos bajo el régimen actual.
La comunidad internacional, especialmente Estados Unidos, tiene herramientas para presionar al régimen de Ortega. Sin embargo, cualquier acción debe considerar cuidadosamente el impacto en la población nicaragüense, que ya sufre bajo el peso de la mala gestión económica y la represión política.
En conclusión, la política de Ortega parece estar guiada más por una ideología obsoleta y un deseo de mantener el poder a toda costa que por el bienestar real de los nicaragüenses. Su retórica anti-estadounidense, en contradicción directa con la realidad económica del país, es un ejemplo claro de una visión política miope y potencialmente desastrosa.
Nicaragua merece un liderazgo que reconozca las realidades económicas del país y trabaje para mejorar la vida de sus ciudadanos, no uno que los sacrifique en el altar de una ideología fracasada. El pueblo nicaragüense anhela un retorno a la democracia, al estado de derecho y a una economía próspera. Es hora de que la realidad económica y política de Nicaragua se alineen para el beneficio de todos sus ciudadanos.