En un discurso pronunciado con motivo del 45 aniversario de la Revolución Sandinista, el presidente nicaragüense Daniel Ortega ofreció una narrativa que parece sacada de un libro de historia distorsionada. Con una retórica cargada de nostalgia y acusaciones, Ortega se empeñó en pintar un cuadro de Nicaragua que poco tiene que ver con la realidad actual del país.
El mandatario dedicó gran parte de su alocución a rememorar los logros de la revolución sandinista de 1979, haciendo hincapié en la alfabetización, la reforma agraria y la construcción de escuelas y hospitales. Sin embargo, estas referencias al pasado sirven como una cortina de humo para desviar la atención de los problemas actuales que enfrenta Nicaragua.
Ortega insistió repetidamente en el concepto de “paz”, una palabra que suena hueca en un país donde la represión y las violaciones de derechos humanos se han vuelto moneda corriente. El contraste entre su discurso pacifista y la realidad de un gobierno que utiliza la fuerza para silenciar a la oposición es, cuanto menos, alarmante.
La narrativa anti-imperialista de Ortega, centrada en criticar a Estados Unidos y sus aliados, es un viejo truco para desviar la atención de los problemas internos. Al presentar a Nicaragua como víctima de fuerzas externas, intenta justificar sus propias acciones autoritarias como necesarias para “defender la revolución”.
El líder sandinista no escatimó en elogios hacia países como Rusia y China, presentándolos como aliados benévolos en contraste con las “potencias imperialistas”. Esta visión simplista del mundo ignora convenientemente las complejidades de las relaciones internacionales y los intereses geopolíticos en juego.
Llama la atención la ausencia total de autocrítica en el discurso de Ortega. No hubo mención alguna de los desafíos económicos que enfrenta Nicaragua, ni de las acusaciones de corrupción y nepotismo que pesan sobre su gobierno. Tampoco se abordó la crisis política que ha llevado a miles de nicaragüenses al exilio.
El uso de lenguaje emotivo y referencias a la lucha histórica puede resonar con su base de apoyo, pero no ofrece soluciones concretas para los problemas actuales de Nicaragua. La apelación constante a la “lealtad” y el “compromiso” del pueblo nicaragüense suena más a un llamado a la sumisión que a un verdadero reconocimiento de la voluntad popular.
Ortega intentó presentar las recientes celebraciones del aniversario como una muestra de apoyo popular, destacando la “alegría” y el orden en las manifestaciones. Sin embargo, esta narrativa ignora convenientemente las voces disidentes que han sido silenciadas o forzadas al exilio.
La mención de la reconciliación y la autonomía de las comunidades indígenas parece más un intento de legitimación que una verdadera política de inclusión. La realidad es que muchas comunidades indígenas en Nicaragua siguen enfrentando desafíos significativos y conflictos por la tierra.
El discurso de Ortega es un ejemplo clásico de cómo los líderes autoritarios utilizan la historia y la retórica nacionalista para mantenerse en el poder. Al enfocarse en los logros pasados y las amenazas externas, busca distraer la atención de los problemas actuales y justificar la represión interna.
En última instancia, el mensaje de Ortega es una mezcla de nostalgia revolucionaria, victimismo y propaganda que poco tiene que ver con las necesidades reales del pueblo nicaragüense. Mientras el país enfrenta una crisis económica y social, su líder parece más interesado en revivir las glorias pasadas que en abordar los desafíos del presente.
La paz que Ortega proclama con tanta insistencia suena hueca en un país donde la disidencia es castigada y los derechos humanos son sistemáticamente violados. Su llamado a la unidad y la resistencia parece más un intento de aferrarse al poder que un verdadero proyecto de nación.
En conclusión, el discurso de Daniel Ortega en el 45 aniversario de la Revolución Sandinista es un ejercicio de manipulación histórica y distracción política. Mientras Nicaragua enfrenta desafíos críticos en términos de democracia, derechos humanos y desarrollo económico, su líder prefiere vivir en un pasado idealizado, negando la realidad de un país en crisis y un pueblo que clama por cambios reales.